lunes, 21 de abril de 2008

Viendo "I'm not there", de Todd Haynes

Apenas empieza la película "I'm not there", dirigida por ese autor que cada vez se vuelve más interesante y que responde al nombre de Todd Haynes, nos damos cuenta de que el protagonista, Bob Dylan, efectivamente no se encuentra allí. O que sí está, pero no con esa mirada trasnochada y el cuerpo largirucho de siempre; sino que aqui aparece transmutado en varios cuerpos: en el poeta que se hace llamar Rimbaud y rinde declaración por sus osadías, en el astro de cine que tiene problemas para serle fiel a su esposa, en el niño que tiene que acostumbrarse a cantar las canciones de su tiempo y no de otras épocas que no le tocaron vivir, en el vaquero que defiende un pueblo del asalto de los forajidos, en el ídolo folk que siempre está fuera de lugar, en Cate Blanchett revolcándose en el pasto con una banda de Liverpool. Porque la poesía permite esas transmutaciones; porque la poesía, cuando va acompañada de música, se convierte en una canción que resulta más útil para vivir que todos los cursos de superación personal y las píldoras para suprimir la depresión. Pero tampoco hay que olvidar que Dylan sentenció alguna vez que un poema es como una persona desnuda, como una entidad que camina por sí misma: vulnerable, arrogante, frágil, condenada a vivir en un siglo del que quizá no forma parte. En una de las secuencias más hilarantes de la película, rodada en un elegante blanco y negro que acentúa los ojos y los pómulos de Cate Blanchett hasta hacerlos confundirse con el rostro de Dylan, el poeta trovador será atacado por uno de sus enfurecidos admiradores. "¡Tú nos pediste que abriéramos los ojos y nos mostraste lo terrible que son las cosas!": ese es el reclamo del colérico fan. Y es que Dylan si es culpable de todo eso, ý también de revelarnos cosas que ya sabíamos pero no queríamos aceptar: que el dinero no habla y sólo dice groserías, que la fama es la posibilidad de bromear con Allen Ginsberg por la carretera, que uno tiende a olvidar muy fácil la primera vez que nos aceptó un cigarrillo la chica de la que nos enamoramos sin remedio. Por todo eso, Dylan es culpable: merece ser exprimido, machacado hasta desaparecer, decantada su esencia para envasarse en frasquitos que contengan amuletos contra el desamor. Dylan puede ser descompuesto en muchos Dylans, de hecho, en tantos como escuchas hay de sus canciones. De eso trata "I'm not there", una gran película, una gran broma, una forma poco ortodoxa de rendir tributo a quien ha descrito mejor que nadie el desamparo en el que vivimos de manera permanente cuando no tenemos amor, y también cuando lo tenemos...

miércoles, 16 de abril de 2008

Leyendo la historia de una pianista que se ha confundido con su propio instrumento musical

Erika Kohut, la sobria y reprimida profesora de piano que Elfriede Jellinek convirtió en el objeto alrededor del cual se construye la narracción de su novela La pianista, es como un barco encallado a quien toda la corriente humana elude. Por su parte, Walter Klemmer, el chico cuyas ideas livianas y pasos decididos le forjan una personalidad autosuficiente, es como un mecanismo de relojería que quiere servir para algún propósito útil, pero que desprecia la utilidad por las bondades del arte. Erika da clases de piano a Walter. Ambos comparten un ambiente de sofisticación intelectual y devoción por Schubert, y también el deseo de ganarse un lugar entre sus mejores intérpretes. Pero, a pesar de que Walter conoce mejor a su corta edad el territorio de la pasión que Erika, ella guarda una caja llena de instrumentos de tortura que el joven ni siquiera se imaginaba que existían. Menos, que esos instrumentos pudieran usarse para maltratar el cuerpo de la mujer que se ama, que se desea. El joven Klemmer le dará a Erika una lección definitiva sobre qué sucede cuándo se trata de disfrazar la idea de que el amor es sólo predación de la fiera sobre un incauto herbívoro: entonces, la destrucción se vuelve real y no sólo metafórica; entonces, el sadismo deja de ser una práctica para condimentar la vida sexual y se descubre como la esencia del vínculo que hace a dos personas estar juntas. La tortura, aun cuando es obligada por el torturado, no deja igual a quien la ejerce. Erika Kohut, la profesora de piano a la que la entomóloga/escritora Elfriede Jellinek observa como si fuera su insecto/personaje, también es descrita como un nido de avispas a punto de atacar, como una bolsa de aire metida en el interior de un vestido nuevo confeccionado de alas de mariposas muertas, como una tetera a punto de estallar. Erika es un objeto. En su inocencia pueril, Erika anhela ser tratada como un objeto, para, a partir de esa negación de esa humanidad, iniciar el ascenso hacia la construcción de una subjetividad que pueda ser amada y respetada, querida y odiada, objeto de veneración, de burla y, finalmente, de reconciliación. Pero Erika fracasa, a pesar de que su llamado al sadismo tiene éxito en el joven Klemmer. De todo eso -de cómo uno se puede convertir en una metáfora de sus propias intenciones- trata la perturbadora y lúdica novela de Jellinek, La pianista...

domingo, 6 de abril de 2008

Viendo "Cassandra´s Dream", de Woody Allen

“A veces la vida parece tener vida propia”: eso es lo que dice, con resignación y horror a partes iguales, el padre de los dos hermanos cuya historia de encuentros y desencuentros con la fortuna, de culpa e imposible redención, narra Woody Allen en Cassandra’s Dream. Una frase aguda y profética, como las que decimos en momentos de lucidez, precisamente, cuando estamos demasiado distraídos por el vértigo del cálculo que enlaza a nuestras decisiones con sus posibles resultados, como para tomar en serio esas intuiciones que parecen inexplicables en términos racionales. En la mitología griega, Casandra fue bendecida por Zeus con el don de la profecía, pero también fue maldecida porque el padre de los dioses la condenó a que nadie creyera en lo que su lengua intentaba comunicar de manera desesperada. A veces, uno tiene los ojos cerrados y la boca abierta; en otras ocasiones, los ojos permanecen alertas, pero no hay forma de comunicar lo que nos parece evidente. “Siempre tienes la capacidad de decidir, incluso cuando ya no puede decidir”: esa es la tragedia de los hermanos que eligen transgredir la norma que prohíbe el asesinato y tientan a la fortuna, en un último intento desesperado por poner a la suerte de su lado. Maquiavelo decía que la fortuna es tan cambiante como la voluntad femenina. Woody Allen replicaría: la fortuna es veleidosa, porque siempre está presente en los seres humanos –no sólo en las mujeres– la tentación de creer que el golpe que se está a punto de dar será el definitivo, el que pondrá al destino de nuestro lado, para después retirarnos a disfrutas las bendiciones de la vida. Pero, como le sucedía a Casandra, es difícil escuchar cuando no se quiere pensar en que la suerte puede estar del lado de nuestro oponente…