miércoles, 16 de abril de 2008

Leyendo la historia de una pianista que se ha confundido con su propio instrumento musical

Erika Kohut, la sobria y reprimida profesora de piano que Elfriede Jellinek convirtió en el objeto alrededor del cual se construye la narracción de su novela La pianista, es como un barco encallado a quien toda la corriente humana elude. Por su parte, Walter Klemmer, el chico cuyas ideas livianas y pasos decididos le forjan una personalidad autosuficiente, es como un mecanismo de relojería que quiere servir para algún propósito útil, pero que desprecia la utilidad por las bondades del arte. Erika da clases de piano a Walter. Ambos comparten un ambiente de sofisticación intelectual y devoción por Schubert, y también el deseo de ganarse un lugar entre sus mejores intérpretes. Pero, a pesar de que Walter conoce mejor a su corta edad el territorio de la pasión que Erika, ella guarda una caja llena de instrumentos de tortura que el joven ni siquiera se imaginaba que existían. Menos, que esos instrumentos pudieran usarse para maltratar el cuerpo de la mujer que se ama, que se desea. El joven Klemmer le dará a Erika una lección definitiva sobre qué sucede cuándo se trata de disfrazar la idea de que el amor es sólo predación de la fiera sobre un incauto herbívoro: entonces, la destrucción se vuelve real y no sólo metafórica; entonces, el sadismo deja de ser una práctica para condimentar la vida sexual y se descubre como la esencia del vínculo que hace a dos personas estar juntas. La tortura, aun cuando es obligada por el torturado, no deja igual a quien la ejerce. Erika Kohut, la profesora de piano a la que la entomóloga/escritora Elfriede Jellinek observa como si fuera su insecto/personaje, también es descrita como un nido de avispas a punto de atacar, como una bolsa de aire metida en el interior de un vestido nuevo confeccionado de alas de mariposas muertas, como una tetera a punto de estallar. Erika es un objeto. En su inocencia pueril, Erika anhela ser tratada como un objeto, para, a partir de esa negación de esa humanidad, iniciar el ascenso hacia la construcción de una subjetividad que pueda ser amada y respetada, querida y odiada, objeto de veneración, de burla y, finalmente, de reconciliación. Pero Erika fracasa, a pesar de que su llamado al sadismo tiene éxito en el joven Klemmer. De todo eso -de cómo uno se puede convertir en una metáfora de sus propias intenciones- trata la perturbadora y lúdica novela de Jellinek, La pianista...

2 comentarios:

Arkturo dijo...

lee algo de Food For Love de Ventura Pons

aunque no le llega a una altura como Haneke, su propuesta es algo opuesta, pero no diferente.

Cada vez me alejo más de usted querido Mario.

;O

Arkturo dijo...

http://youtube.com/watch?v=TTCwVAvatU8