jueves, 5 de marzo de 2009

A Barcelona, en viaje redondo

Cuando la paciencia cede frente al peso de las obligaciones, uno se siente tentado a tomar el avión que nos haga poner distancia entre lo que somos todos los días y lo que en realidad queremos ser. Pero, como escapar del ecosistema en que hemos nacido entraña riesgos, casi siempre compramos el boleto de ida y el de regreso al mismo tiempo. Queremos viajar, pero también tememos quedarnos varados en un territorio desconocido; deseamos respirar aire freso, pero también nos cuidamos de que los pulmones no revienten a causa de tanta novedad. Precisamente Vicky Cristina Barcelona –la más reciente película de Woody Allen– trata de la forma en que nos volvemos turistas en nuestras propias vidas, constantemente planeando viajes que posponemos o abortamos a la menor provocación.

Vicky (Rebecca Hall) es una neoyorquina a punto de casarse con su prometido de toda la vida. Pero ella quiere un último viaje de soltera, y para llevarlo a cabo convoca a su amiga Cristina (Scarlett Johansson), en dirección del lugar que ellas identifican como la cuna del amor arrebatado, los pintores bohemios y el vino con olor a tierra, es decir, Barcelona. Allí, Vicky y Cristina conocen a Juan Antonio (Javier Bardem), el pintor que se ajusta a las expectativas románticas de la segunda y que despierta en la primera una extraña reacción de simultáneos deseo y rechazo. La audaz Cristina hará todo lo posible por llevar a cabo sus fantasías amorosas con Juan Antonio, esperando que estas experiencias liberen sus instintos creativos de fotógrafa. Pero el destino –como las guitarras flamencas que acompañan este viaje a Barcelona– ensaya composiciones caprichosas y desgarradas. Vicky irá perdiendo la repulsión que siente frente al mundo espontáneo y vital que representa Juan Antonio, mientras Cristina tendrá que hacer espacio en su relación con el pintor para la exesposa de él, María Elena (Penélope Cruz, prodigiosa), una artista plástica con tendencias suicidas. Lo que se adivinaba al principio como una comedia de enredos amorosos típica de Woody Allen, acaba revelándose como una pieza trágica en la que la locura y la pasión son vistas como los territorios que muchos anhelan visitar como turistas, pero que sólo pocos soportan como residentes permanentes.

En la última etapa de su carrera, Woody Allen ha abandonado a sus personajes neoyorkinos para instalarse en Europa. Desde la distancia, él observa con una luz renovada su visión pesimista sobre la duración del amor a la mañana siguiente de que éste se ha concretado, pero también reafirma su convicción optimista en el sentido de que todavía es posible hallar en ese mismo amor la energía vital para crear arte. En este sentido, Vicky Cristina Barcelona da continuidad a una obra no exenta de tropezones, pero siempre interesante y curiosa por examinar los comportamientos atávicos y transgresores de la tribu que integran las personas enamoradas. Sin embargo Vicky Cristina Barcelona, añade una nota trágica a la sinfonía de Allen: el amor romántico –ese que se desborda por los oídos y se vuelve justificación de todas las locuras imaginables– es como ese viaje ideal que hemos planeado toda la vida. Algo al alcance de la mano con un poco de esfuerzo, pero que posponemos siempre a causa del miedo instintivo de constatar que soñamos el sueño equivocado, que magnificamos el tamaño de nuestros deseos y erramos el objeto el deseo. Por eso, siempre que viajamos en busca del paraíso –Barcelona, por ejemplo– pedimos que el boleto sea redondo e incluya el regreso.

1 comentario:

Enrique dijo...

intenté alejarme de woody allen lo más que pude. pero cuando te gusta una película de él te gustan todas, entiendes su humor y su forma de ser. después de match point me fue imposible no ver el resto de sus pelis.

muy padre tu reseña.

saludos