viernes, 1 de febrero de 2008

Leyendo la historia de sobrevivencia de un chico de nombre improbable y un tigre de Bengala en altamar

"Esta es una historia que te hará creer en Dios": lo mismo le dice un anciano indio a Yann Martel al bosquejarle de manera general la crónica de los hechos que llevaron a Pi Pattel de la comodida del zológico propiedad de su familia en Pondicherry, en la India, al desasosiego en las costas de México, despúes de haber pasado 227 días en la soledad de un bote salvavidas con la única compañía de un enorme tigre de Bengala de nombre Richard Parker. Yann Martel escribió Life of Pi para dar cuenta de la existencia de este curioso chico, de nombre improbable, quien aprendió a reconocer una misma imagen de Dios en las tres religiones distintas de las que era devoto -el catolicismo, el islamismo y el hinduismo. La parte central de la novela es la crónica desesperada, siempre al borde de un final trágico que afortunadamente nunca ocurre, del naufragio de Pi y su familia, después de que el padre ha decidido embarcarse hacia Canadá con parte de los animales de su zoológico, para buscar una mejor forma de vida. Una vez hundido el carguero Tsimtsum, Pi logra aferrarse a un pequeño bote salvavidas, al que también llega Richard Parker, quien irá despachando poco a poco a los otros acompañantes del chico indio, es decir, una hembra orangután con un instinto maternal exacerbado y una cebra con la pata rota que no hace sino sufrir en silencio la desventura de su mal. Sin muchas provisiones, con la amenaza constante de que Richar Parker lo devore, con el ánimo roto por la constante conciencia de estar al borde la muerte, hastiado por un paisaje compuesto de una sal que escuece la piel y de un sol que ciega, Pi tendrá que arreglárselas para sobrevivir. Pero, más importante para él, Pi tendrá que poner a prueba su fe, su capacidad de dar y recibir amor de forma desinteresada -atributos que él desde siempre ha vinculado con Dios- cuando la necesidad lo obliga a renunciar a casi todas las características de lo que él considera una existencia humana.

Hace mucho que el final de una novela no me ponía tan triste, tan dolido de que la historia de Pi terminará de una manera tan coherente con el resto de la narración, tan nostálgico porque la narración de Yann Martel no se prolongará por otras quinientas páginas para seguir acompañando a Pi en sus aventuras en altamar. Pero la novela concluyó, de una manera muy afortunada, y quizá no me hizo creer de nuevo en Dios -un atributo que perdí hace ya mucho tiempo- pero si confirmó mi fe en el poder de la literatura -de la ficción, del arte de narrar historias- para salvar la vida de un ser humano. Una gran novela. Una forma muy ingeniosa de devolver la discusión sobre la fe y los sentimientos religiosos al ámbito de la subjetividad y la tolerancia...

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