martes, 29 de enero de 2008

Leyendo sobre la fragilidad del bien y la vida humana

En la Antigüedad griega, la filosofía era definida como un ejercicio espiritual, como una forma de discutir entre amigos la mejor manera de vivir y cuáles son los atributos que convirten a la existencia en una vida auténticamente humana. Con el tiempo, la filosofía se volvió un ejercicio académico, que excluía a quienes tenían el atrevimiento de plantear la pregunta por el sentido de la vida. Pocos textos filosóficos tienen esa capacidad para hacernos sentir que en sus páginas se discute algo verdaderamente relevante para la vida, para nuestra vida. Esa sensación me ha ocurrido muy pocas veces: el Banquete de Platón, el Acerca del alma de Artistóteles, el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke, las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime de Kant, la Conferencia de ética de Wittgenstein, La vida del espíritu de Arendt. Todas estas obras son ejemplos de filósofos profesionales rompiéndose la cabeza por entender qué es lo que hace a los seres humanos desear, odiar, cómo lo expresan en palabras y cuáles son las vías para reconciliarnos con un mundo que es hostil en muchos sentidos. Ahora, después de concluir la lectura de las más de quinientas páginas que integran La fragilidad del bien de Martha C. Nussbaum, tengo que incluir este texto junto a tan célebres obras que se preocupan por el sentido de la vida.

La fragilidad del bien abre y cierra con una misma imagen: la que compara a la vida humana con una vid frágil, recién brotada de la tierra y con una necesidad terrible de cuidado y protección para crecer sana y fuerte. Al inicio de la obra, esta imagen se desprende de los versos del poeta Píndaro, quien muestra la necesidad de construir una cultura humana para proteger la fragilidad de la vida humana, que para ser valiosa necesita la compañía de los demás; porque al margen de los muros simbólicos de la ley y la fraternidad, la capacidad de destrucción inherente a la libertad humana no tiene freno. Por eso, afirma Nussbaum, no es que los griegos fueran optimistas respecto de la virtud; al contrario, planteaban a la virtud (la moderación, la amistad, el deber de recibir al huésped en casa) como una forma de dominar el azar, sabiendo que aún Aquiles fue tratando con dureza por la fortuna que lo llevó a la derrota. Al final de La fragilidad del bien, es Polidoro, en la tragedia Hécuba de Eurípides, quien invoca la imagen de la vida humana como vid frágil. O, más bien, es el espectro de Polidoro, asesinado por Poliméstor, quien dice que la vida humana es despreciable por la facilidad con que los amigos se vuelven enemigos, con que la amistad se viola en nombre del interés personal. Poliméstor era el amigo más querido de Hécuba, y por eso le dejó encargado a su hijo Polidoro cuando ella tuvo que exiliarse. Y, sin embargo, Poliméstor reconoció la fragilidad de la vida de Polidoro, y no dudó en cortarla. Como puede verse, la conclusión de La fragilida del bien no es del todo optimista: si bien es cierto que la cultura griega antigua construyó una ética para dar sentido a una vida humana reconocida como frágil, Nussbaum afirma que existe un riesgo permanente para que esa comunidad de valores y amistad sea erosionada. Somos frágiles, y así lo cantan los versos de Píndaro; pero también somos susceptibles de herir la fragilidad ajena, como lo muestra la tragedia de Eurípides.

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